Por Federico de Cárdenas.
En 1929 el editor parisino Bernard Grasset quedó tan deslumbrado por un manuscrito recibido por correo que decidió su publicación inmediata. Entonces se dio cuenta de que David Golder (tal era el título) no incluía nombre o domicilio, con lo cual no le quedó otro recurso que reclamar al autor mediante avisos en los diarios. Cuando tuvo ante él a Iréne Némirovsky quedó atónito e incrédulo: ¿era posible que esta joven rusa de 26 años y con solo diez en Francia hubiese escrito un libro tan atrevido, cruel y maduro? Luego de dialogar con ella el estupor creció. Irene era dueña de un francés perfecto (aprendido de niña en Kiev con una institutriz) y además podía expresarse en ruso, polaco, inglés, finés y yidish.
David Golder fue un gran éxito, aclamado por la crítica, admirado por colegas escritores, llevado al cine (Julien Duvivier se hizo cargo de la versión) y al teatro, pero a Némirovsky el éxito no se le subió a la cabeza. Provenía de una familia de banqueros y su padre había logrado salvar parte de su fortuna al huir de la Revolución Bolchevique y permanecer con los suyos en Finlandia.
Instalados en París desde 1919, la joven siguió estudios en La Sorbona y se graduó con honores. León, su padre, prosperó en sus negocios y los Némirovsky se asimilaron a la clase alta. Iréne adoraba el baile y las recepciones mundanas, y en una fiesta conoció a Michel Epstein, un ingeniero con quien se casó en 1926. Tres años después nació su hija Denise y en 1937 la segunda, Elisabeth. Para entonces, ya había escrito una decena de libros, entre ellos El vino de la soledad, Fuego de otoño, dos series de cuentos y una biografía de Anton Chéjov.
En 1939, pese a su fama, a moverse en altos círculos sociales y a su adhesión a Francia, el gobierno le negó la nacionalidad. Ya se vivía un rabioso antisemitismo en Europa, e Iréne decidió que ella y sus hijas se harían católicas, pero de poco le sirvió. Al estallar la guerra, Michel e Iréne enviaron a las niñas al pueblo de Issy l’Evèque, al cuidado de Cécile Michaud, su niñera. En 1940, los nazis ocupan París y los esposos se mudan a un hotel frente a la casa de Cécile, pero las cosas van de mal en peor. Muy pronto Denise y Elisabeth fueron forzadas a portar la estrella amarilla y las leyes raciales dadas por el gobierno colaboracionista del mariscal Pétain impidieron trabajar a Michel y a la escritora colaborar en la prensa.
Muerte y resurrección
Iréne observaba lo que sucedía con pesimismo y lucidez. Pero había que seguir viviendo y no abandonar su vocación. Preparó entonces una lista de personajes, principales y secundarios, diseñando un plan para una novela de un millar de páginas en cuatro partes o movimientos, construida como una sinfonía, la que titularía Suite francesa. En junio de 1942, acabados los dos tomos iniciales, tenía dudas sobre poder concluir su enorme proyecto. Las notas redactadas para las partes tercera y cuarta del libro demuestran su total falta de ilusiones sobre la posibilidad de reacción del pueblo francés, envenenado por la propaganda antisemita, y sobre su destino personal, pero siguió escribiendo, denunciando el miedo, la cobardía, el acomodo, la humillación, las persecuciones.
La escritora veía el porvenir en términos tan desoladores que hizo testamento, encargando a la fiel Cécile el cuidado de Denise y Elisabeth. El 13 de julio de 1942, la policía la detuvo en una de las redadas que abarcaron a 42.000 miembros de la población judía (solo 811 retornaron de los campos de la muerte) y que el presidente François Hollande, en un reciente y solemne pedido de perdón, ha considerado “hechas por franceses contra franceses”. Iréne fue enviada en uno de los trenes con destino a Auschwitz. Su esposo Michel, ignorante de lo que tal deportación significaba, mandó cartas desesperadas a autoridades y amigos, sin presentir que correría la misma suerte meses más tarde.
Iréne estaba en pésimas condiciones físicas, por lo que fue conducida a la “enfermería” del recinto, pues se había declarado una epidemia de tifoidea. A principios de agosto, Heinrich Himmler, el jefe de la SS, visitó el campo para acelerar la denominada “solución final”, pero no pudo acercarse por temor a un contagio. Por mucho tiempo se pensó que Iréne había fallecido de tifus, pero hoy se sabe que fue llevada a los hornos crematorios el 17 de agosto de 1942.
La aparición de los libros primero y segundo de Suite francesa en 2004 y de las notas para la conclusión de las faltantes fue aclamada por la crítica y por millones de lectores, que la sitúan en la tradición de Proust. El crítico inglés Norman Lebrecht opina que la narración es el enjuiciamiento más devastador contra el colaboracionismo de Vichy, descrita en el preciso momento de los hechos. Y al mismo tiempo que alaba el esplendor narrativo de la novela, la considera el triunfo de un espíritu que no se dejó derrotar y que logró, en las circunstancias más adversas, un relato que posee una fuerza hipnótica, emotiva, tragicómica y austera, siendo a la vez una de las más complejas, humanas y convincentes descripciones de un momento histórico atroz.
La maleta del tesoro
Tras la captura de Michel, los gendarmes partieron en pos de Denise y Elisabeth, pero Cécile –que había arrancado la estrella amarilla de la ropa de las pequeñas– pasó el resto de la guerra moviéndose de un lado a otro con ellas. Se sabe que llegó a la madre de Iréne, viuda y encerrada en una mansión de Niza. Pero la desnaturalizada abuela, que siempre se llevó mal con su hija (hay ecos de ello en los personajes maternos de sus libros), le dijo desde el otro lado del portón que las internara en un orfanato.
Con la derrota nazi terminó el acoso, y las hermanas fueron a diario a la parisina Estación del Este, por la que eran repatriados los sobrevivientes, desplegando letreros con los nombres de sus padres. El paso del tiempo descubrió que ninguno de los dos retornaría. Que el manuscrito de Suite francesa haya superado indemne los años transcurridos tiene algo de milagro. Denise lo había guardado en una maleta con otros papeles de su madre, pero ninguna de las hermanas quiso leerlo por el dolor que les causaba. Casi 60 años después, cuando se iba a donar todo el archivo a un museo de la memoria, la hija mayor quiso descifrar sus páginas. De inmediato comprobó que no se trataba de un diario íntimo sino de una novela, la que por añadidura era una obra maestra, un fresco con lo mejor y peor de la condición humana en una Francia derrotada y en su hora más oscura. Iréne Némirovsky ganó así su última batalla.
Que haya sido necesario el descubrimiento de esta obra excepcional para poder conocer los otros libros de Némirovsky debe hacernos reflexionar sobre la permanencia de los valores literarios frente a los avatares del tiempo histórico. Por un azar extraordinario, una autora casi olvidada, prácticamente desconocida para varias generaciones, emerge como una de las más intensas voces del siglo XX.
NÉMIROVSKY EN CASTELLANO
-Fogatas (El Aleph editores, 1998)
-El baile (Ediciones Salamandra, 2006)
-Los perros y los lobos (Noguer editores, 1997)
-David Golder (RBA libros, 2006)
-Suite francesa (RBA libros, 2007)
-Vida de Chéjov (Noguer editores, 2001)
-El ardor de la sangre (Ediciones Salamandra, 2007)
-El maestro de almas (Ediciones Salamandra, 2009)
-Un niño prodigio (Alfaguara, 2009)
-El caso Kurilov (Ediciones Salamandra, 2010)
-Nieve en otoño (Ediciones Salamandra, 2010)